Viewfinder te enseña a cómo mirar

Uno de los videojuegos que más me ha marcado en mi vida es Portal 2. Me siento hijo de la secuela de Valve. Me enseñó a pensar fuera de los límites a través de mecánicas simples y fáciles de entender. Proponía problemas y te hacía sentir inteligente aplicando soluciones con solo dos portales.

Al igual que me marcó a mí, marcó al género de puzles y tras esta obra maestra todos los juegos venideros seguirían su estela. De este modo surgieron propuestas como Quantum Conundrum, Antichamber, Superhot, The Witness, o, el que aquí nos ocupa, Viewfinder.

Aquí la mirada lo es todo y todo lo haces con la mirada. Esa es la mecánica principal. En los primeros niveles, encontraremos fotografías de fachadas de edificios. El juego nos propondrá llegar a una posición elevada para terminar el nivel, pero no tenemos manera de alcanzar la meta. Utilizando esta fotografía y superponiéndola a la realidad podemos, a través de la perspectiva, crear una rampa y alcanzar la meta. Este es justo el centro de todo y sobre lo que todo gira.

Más adelante tendremos nuestra propia cámara de fotos donde podremos crear nuevas plataformas, fotocopiadoras para poder replicarlas e incluso la posibilidad de hacernos una foto a nosotros mismos. El juego te demuestra que las posibilidades con infinitas con pocos elementos. Pero Viewfinder va más allá.

Las mecánicas no se van sumando a las anteriores. Tras probar la cámara y ver lo que puedes hacer, en los siguientes niveles el juego te la quita y vuelves a buscar fotografías por el escenario o directamente la temática gira en torno a otro elemento. Hace que aburrirse sea imposible porque continuamente te lanza a nuevas situaciones y lo que aprendiste anteriormente puede que no te valga para nada.

Esto de las fotos, la perspectiva y cómo cambia la realidad tiene un motivo. Todo transcurre en un mundo virtual. Nuestra protagonista busca una cura para una Tierra desértica y yerma, asolada por completo por el cambio climático. La cura es un artefacto que se encuentra dentro de los archivos de sus creadores y ahí es donde nos sumergimos. Cada capítulo del juego, corresponde a un creador y los niveles se estructuran en pequeñas islas que representan sus distintas personalidades.

La historia, aunque interesante, queda relegada a un completo segundo plano y está algo mal llevada. La protagonista habla continuamente sola y en ocasiones se hace cargante, debido a que no te deja pensar o concentrarte en solucionar un nivel. El resto de personajes están presentes a través de grabaciones anodinas que, si te alejas, se dejan de escuchar. El mundo es tan estimulante y precioso que quedarte quiero escuchando una grabación resulta muy difícil. Sí, es cierto que hay un gato parlante que te acompaña en muchas situaciones, pero peca de lo mismo que las grabaciones.

Aunque nada llega a ser especialmente molesto. Viewfinder es un juego corto, que va al grano, y eso lo hace mantenerse continuamente fresco. Pero es innegable que su propuesta da mucho más de sí y, tras pasártelo, te deja muchísimas ganas de más, algo que se puede decir de muy poquitos juegos. Esto lo convierte no solo en uno de los juegos del año, sino también en una recomendación obligatoria.

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