La sombra de Breath of the wild es muy alargada. Tears of the kingdom lo tenía muy difícil para sorprender en muchos sentidos, pero conforme salían los vídeos promocionales, íbamos saliendo de dudas. Hasta que, finalmente, su lanzamiento las disipó por completo.
El fuerte del juego son sus mecánicas. Nos olvidamos del imán, las bombas y el hielo para dar paso a la ultramano, la fusión y la infiltración. Recorrer la nueva pero conocida Hyrule con los antiguos poderes sería imposible. Aquí está una de las claves. Hyrule se expande hacia arriba y hacia abajo y cada mecánica te ayuda a moverte por la región como pez en el agua. A esto se le suma lo rica y poblada que está. Cada pequeño recoveco, cada pequeño asentamiento, cada pequeño pueblo esconde una aventura. Por tanto, progresas vagando por el mundo, creando tu propia historia y generando anécdotas que otros jugadores no han vivido.
Es un juego lleno de posibilidades. Todo lo mecánico ahonda en dar libertad plena al jugador. ¿Quieres fusionar una lanza con otra para tener una larguísima? Puedes. ¿Estás cansado de andar? Fabrícate un coche y ve más rápido. ¿Te acuerdas de lo cansado que era recorrer el desierto? Invoca una moto voladora y ve directamente a donde quieras.
Además, donde Breath of the wild flaquea, su secuela se hace fuerte. Las nuevas mazmorras miran más hacia los clásicos de la saga. Constituyen construcciones laberínticas donde el protagonista es el poder de uno de los elegidos. Todas con una personalidad abrumadora y con jefes que saben a clásico con muy buenos diseños.
Sin embargo, creo que la historia sí que flojea. No es mala, para nada. De hecho, busca alejarse de la entrega anterior. Es una historia épica, con mayúsculas, cargada de momentos que se te graban en el cerebro para siempre. Pero no me ha llegado tanto como la del juego anterior. Breath of the wild cuentan con una historia íntima, sobre el fracaso, sobre qué significa estar preparado, sobre levantarse tras volver a caer. Me encanta, porque no es común que una superproducción toque estos temas tan delicados. Por eso siento que decae en sentimiento y en originalidad.
Tears of the kingdom es único en lo que propone jugablemente. Sus mecánicas son complejas, centradas en el movimiento y en la libertad, y sorprende que funcionen tan bien y sean tan cómodas de usar. En definitiva, constituye un clásico moderno, no ya recomendado, sino obligatorio. Un juego que te recuerda lo maravilloso que es jugar a videojuegos.
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