Corría el loco año de 1997. Aznar todavía tiene bigote, se estrena la sobrevalorada Titanic y se lanza al mercado un videojuego que cambiaría la industria: Final Fantasy VII. El resto es historia. Excepto para el bigote de Aznar, que lo llevaría durante más tiempo, para el resto de acontecimientos apenas tenía más de un mes de vida, así que no me puedo identificar con esas personas que pudieron disfrutar de la historia de Cloud y compañía en su contexto, con una vista nostálgica. Sin embargo, sí que lo he jugado años más tarde desde una perspectiva abierta y casi histórica como aquel que lee El Quijote.
Pero no estamos aquí para hablar del original, sino de Final Fantasy VII Remake que llega veintitrés años después y lo he jugado cuatro años más tarde de su lanzamiento. Sin más introducciones, entremos en materia, nunca mejor dicho.
La historia la conocemos todos. Controlamos a Cloud, un exsoldado que es contratado por un grupo ecoterrorista para acabar con un reactor que está matando poco a poco a la Tierra. Al principio Cloud será frío con este grupo, pero rápidamente sus cuestiones personales se verán íntimamente relacionadas con ellos.
En general, lo que cuenta este Remake es exactamente la misma historia que el original. Esto es a la vez una gran virtud y un gran problema. Los sucesos se encuentran mucho más cohesionados y la historia es mucho más sólida. Además, se adelantan acontecimientos y son un absoluto acierto. Pero cabe recordar que lo que ocurre en la ciudad de Midgar es el primer acto del juego original, así que tiene muchísimas secciones que no cuentan nada y están para añadir horas. Da la sensación de estar estirado. Se nota especialmente al final donde te lanzan jefe tras jefe y hace que el último combate quede más descafeinado.
Quienes salen ganando sin duda con respecto al original son los personajes. Cloud, Tifa, Aeris y Barret no solo tienen un mejor y mayor desarrollo, sino que también ganan personalidad a través de un doblaje fantástico. Creo que el que más destaca es Barret, cuyo actor la da una fuerza y un sentimiento maravilloso. Sin embargo, el juego se permite la licencia de añadir nuevos personajes que no pegan ni con cola. No solo no encajan en la historia, sino que además visten raro para el universo que nos presentan. Parece que salen de otro videojuego.
Ya sabemos cómo es la historia, cómo es Midgar, cómo se explora y cómo son los personajes, pero ¿qué tal el combate?
Tal vez sea lo que menos me gusta y lo que considero que tiene menos virtudes. El juego abandona el sistema de turnos activos del original para pasar a una especie de juego de acción RPG. En definitiva, lo que haremos la mayor parte del tiempo es pegar espadazos para rellenar unas barras BTC. Estas nos permitirán usar distintas habilidades y magias. Y al igual que con la exploración, eso es todo. Sí, es cierto que puedes esquivar, pero en la mayoría de los casos no servirá de mucho porque las habilidades de los enemigos te golpean sí o sí, a menos que sean de área. Y sí, es cierto que puedes bloquear ataques, pero simplemente recibes menos daño. Ninguna de las dos acciones constituyen una mecánica como tal. En cuanto lleves una hora de juego, el combate ya no tienen más que aportar.
Pegar espadazos con Cloud es muy repetitivo. Lleves el arma que lleves, el combo siempre es el mismo y tras casi treinta horas cansa bastante. Además, si un enemigo te golpea justo antes de hacer una habilidad o magia, esta se cancela frustrándote muchísimo. Sobre frustración saben mucho Aeris y Barret. Junto con Tifa, podremos controlar a estos dos últimos que no pegan físicamente, sino a distancia. Tienen el pequeño problema de que cualquier ataque físico les aturde y les impide atacar, cayendo en el stunlock constantemente. Esto ha hecho que salvo en contadas ocasiones juegue con estos dos. He echado bastante de menos otros juegos del estudio como Final Fantasy XV o Kingdom Hearts, donde el combate es más fluido, espectacular y sobre todo disfrutón.
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